Iba yo en un camión, leía en las hojas de los árboles.
Un hombre con sombrero y de rostro arrugado sentado junto
a mí. Disfrutábamos el viento pintando en nuestras manos.
Miró mis manos. Miré las suyas.
-Tú debes ser muy pequeña- me dijo. -Tengo 17 años-.
Una sonrisa se esbozo en su rostro. No podía tener esos años, mis manos no tenían olor a tierra.No habían trabajado.
Era un hombre sabio.
Ahora me daba cuenta de lo que hablan nuestras manos.
Vino a mí un recuerdo: la calma que siento al observar las manos de Michelangelo.Es ese espacio que me libera y me cobija.
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