El Teatro Argento se encuentra en un callejoncito tranquilo y solitario frente a la magna Catedral de Palermo.
Apenas entramos comenzó la diversión y la algarabía.
Todo era música y colores. Yo estaba extasiada con la historia; las marionetas parecen reales, cantan, bailan, pelean con dragones, se enamoran y son felices.
El asombro vino a mí.
El cuento terminó después de mil batallas; la princesa sonreía y la gente le aplaudía. El dragón, que con tanta gracia se movía, había podido sobrellevar la batalla con el mejor espadachín y ahora revivía con los aplausos que función tras función lo han alimentado.
Los aplausos terminaron en el Teatro pero la emoción viajo con todos. Hace un par de meses tuve un deseo. Ese día, en aquel rincón del mundo, se cumplió.